martes, 7 de febrero de 2017

RELAJACIÓN PROFUNDA Y AUTOINMERSIÓN

Aquietar la mente no es fácil. Todo el que lo intente comprobará en seguida cuan difícil resulta, porque la mente ha entrado en una dinámica de agitación y compulsividad. Es por esta razón que en Oriente han surgido tantas técnicas y métodos de aquietamiento mental, tantos procedimientos para poder ir induciendo a la mente a un estado de remansamiento y quietud. Han florecido métodos que inciden sobre el sistema nervioso para pacificar la mente, y otros sobre la mente de modo directo. Los seres humanos con in­quietudes místicas, buscadores de la mente original, en su empeño por recobrar esa mente silente e iluminadora, han ensayado infini­dad de métodos para conducir la mente a un estado supraconsciente o, cuando menos, capaz de facilitar una percepción diferente a la ordinaria. Se trata así de provocar estados alterados de la concien­cia y, más aún, estados muy superiores de la conciencia. Para ello se han ensayado, entre otros métodos:
— La danza que produce trance y éxtasis.
— Movimientos corporales especiales para inducir la mente a otros estados.
— Rituales y ceremonias para conectar la mente con otras realidades.
— Determinados cánticos y músicas.
— Posiciones corporales estáticas (asanas) acompañadas de una adecuada respiración y concentración.
— Técnicas de control respiratorio.
— Técnicas de relajación profunda y autoinmersión.
— La erótica mística.
— El japa o recitación de fonemas místico esotéricos (mantras).
— La meditación en sus muy variadas formas.
En mi obra Ante la ansiedad he hecho una detallada descrip­ción de las principales posiciones corporales estáticas, las técnicas respiratorias y varios métodos orientales y occidentales de relajación profunda. En esta obra mostraré la relajación profunda como méto­do para recobrar la mente pura, y describiré una técnica de autoin­mersión utilizada por los yoguis desde tiempos inmemoriales para viajar al otro lado de la mente.

La relajación profunda

Se puede llegar a la mente a través del cuerpo. Mediante la deten­ción del organismo y su completa relajación se va disponiendo la quietud de la mente y la supresión de las modificaciones mentales. Además de todos los numerosos efectos fisiológicos, psicológicos y mentales que se desprenden de la relajación y los cuales ya aborda­mos minuciosamente en Ante la ansiedad, la práctica de la relaja­ción es un medio muy eficaz para ir silenciando la mente y estable­ciéndonos en la raíz o fuente del pensamiento, desarrollando así una mente quieta y silente. A mayor relajación neuromuscular, más fácil detener los torbellinos psicomentales y hallar el ángulo de quietud total.
Los yoguis fueron los primeros en utilizar la práctica de la rela­jación consciente. Todos los métodos posteriores, incluidos por su­puesto los occidentales, se inspiran en la relajación yóguica.
Mediante la relajación consciente vamos aflojando lúcida y conscientemente todas las zonas del cuerpo; vamos progresivamente descontrayendo y relajando. Para ello hay que ir afinando la capta­ción de cada área del cuerpo e insistir en relajarla. En la medida en que uno se entrena, se consigue una relajación cada vez más profunda y no sólo a nivel periférico o superficial. La relajación tiende así un puente entre el cuerpo y la mente, sincroniza la uni­dad psicosomática y desarrolla la concentración en grado sumo me­diante la percepción de sensaciones. Se pueden obtener grados muy profundos de relajación, y a través de la relajación corporal se va logrando una total unificación de la conciencia y estados de notable absorción mental. En Occidente se ha utilizado la relajación para evitar las tensiones neuromusculares y con fines más o menos tera­péuticos, pero en la India los yoguis la han venido utilizando como método de interiorización y aquietamiento del órgano psicomental, pudiendo así desalojar la mente de toda idea y mantenerla en un estado de máxima quietud.
Mostramos los preliminares, los requisitos y el método:
·         Elija una habitación tranquila, evitando ser molestado, con una luz tenue.
·         Disponga de una superficie que no resulte ni demasiado blanda ni demasiado dura, pudiendo ser: una alfombra, una moqueta o una manta doblada en cuatro.
·         Cuide de que la temperatura de la habitación sea tibia o arró­pese para no sentir frío.
·         Use prendas cómodas y holgadas.
·         Practique mejor con el estómago vacío.
·         Extiéndase en la superficie seleccionada sobre la espalda.
·         Coloque la cabeza en el punto de mayor comodidad, los bra­zos a ambos lados del cuerpo, las piernas ligeramente separa­das, los párpados cerrados.
·         Practique una respiración pausada y uniforme, por la nariz. Si espontáneamente le es fácil hacer una respiración abdomi­nal, adóptela.
·         Dirija la atención mental a los pies y las piernas; sienta estas zonas y relájelas tanto como pueda. Afloje todos los músculos de los pies y de las piernas.
·         Sitúe la mente en el estómago y en el pecho. Vaya aflojando toda la musculatura del estómago y del pecho, más y más, profundamente, profundamente.
·         Tome lúcida conciencia de la espalda, los brazos y los hom­bros. Relaje todos los músculos de estas zonas; siéntalos flo­jos, sueltos, muy relajados, más y más relajados.
·         Fije la atención en el cuello e insista en aflojarlo más y más, más y más.
·         Ahora vaya revisando atentamente las distintas partes de la cara. Sienta la mandíbula y suéltela; afloje las mejillas, los párpados y los músculos de la frente. Relaje más y más todos los músculos de la cara.
·         Una vez concluido este recorrido de abajo arriba, relajando progresivamente las diferentes zonas del cuerpo, proceda a la inversa. Relaje más y más toda la musculatura de la cara, el cuello, los brazos y la espalda, el pecho y el estómago, las piernas y los pies. Sienta y afloje; sienta y afloje, más y más, profundamente.
·         Si es necesario, siga recorriendo el cuerpo hasta que lo sienta más y más relajado. Se puede invertir por sesión de veinte minutos a una hora. Día a día irá logrando percibir mejor el cuerpo e irlo relajando en total profundidad. Es sólo cuestión de adiestramiento.
·         Tras haber hecho dos o más recorridos sintiendo y aflojando las distintas partes del cuerpo, compruebe qué zona o zonas permanecen todavía en tensión, sitúe en ellas la mente e in­sista en sentir y aflojar, sentir y aflojar más y más. Siga pro­fundizando. Cuando adquiera práctica, no será ya necesario hacer varios recorridos, ni siquiera uno. Podrá relajar simultá­neamente todo el cuerpo en poco tiempo y luego seguir pro­fundizando para alcanzar niveles más hondos.
·         Sienta la respiración y el vientre. Déjese llevar por la respira­ción y aproveche cada exhalación para soltarse más y más, más y más. Al ir soltando el aire, siéntase flojo, suelto, dis­tendido.
Con el cuerpo totalmente relajado, puede proceder con la men­te del siguiente modo para evitar divagaciones mentales que vuel­van a tensarle:
• Concentrando la mente en el abdomen.
• Aplicando el ejercicio de la noche mental.
• Concentrando la mente en la sensación táctil de la respiración en la nariz.
• Dejando la mente en la total sensación de relajación pro­funda.
• Aplicando una de las visualizaciones que se recogen en el apartado de técnicas de visualización.
• Cuando vaya a abandonar la práctica de la relajación, formú­lese tal propósito, respire varias veces en profundidad y co­mience a mover lentamente las diferentes partes del cuerpo, evitando incorporarse abruptamente.
Durante la relajación profunda pueden presentarse diferentes fenómenos, vivencias o síntomas que en absoluto deben alarmarle. Entre otros:
— Sensación de peso, de calor o de frío.
— Hormigueo, cosquilleo.
-- Pérdida de la noción del tiempo o del espacio.
— Pérdida de la noción del propio cuerpo o de una parte del mismo.
— Sensación de precipitación.
— Sensación de desdoblamiento o desplazamiento.

 

Autoinmersión

La autoinmersión es como un viaje a lo más profundo de uno mis­mo. Se puede realizar partiendo de la relajación profunda, en la postura de decúbito supino, o en actitud de meditación, pero para aquel que no tiene mucha práctica es más sencilla la primera for­ma. La interiorización plena o autoinmersión consiste en irse reti­rando por completo de los órganos sensoriales, silenciar todas las ac­tividades psicofísicas y enfocarse hacia lo más profundo en uno mismo. Es como ir bajando o descendiendo más y más hasta lo más abismal en uno mismo, con ese sentimiento de internamiento por un lado y alejamiento del exterior, el propio cuerpo y el espacio mental por otro, dejando atrás todo ello. La conciencia, pues, se enfoca hacia adentro, se retrotrae, y permanece unificada hacia su propia fuente. Cuando esta técnica se domina desprende los si­guientes efectos:
— Tranquiliza extraordinariamente el cuerpo en minutos, evi­tando crispaciones y tensiones y logrando una profundísima y total relajación neuromuscular.
— Sincroniza la unidad psicosomática.
— Suprime las ideaciones en la mente.
— Nos conecta con nuestro ángulo de quietud más íntimo.
Para llevar a cabo la autoinmersión o interiorización total, efec­túe primero la relajación profunda, como se la hemos explicado en el apartado anterior. Después de haber relajado el cuerpo, proceda de la siguiente manera:
— Sitúe un tiempo la mente en cada uno de los pies y afloje más y más, penetrando.
— Coloque la mente en cada una de las piernas un tiempo y sienta en profundidad, penetre, para soltar y soltar.
— Sitúe la mente en el vientre y en el estómago y penetre con la conciencia, aflojando profundamente.
• Coloque la atención en el pecho, profundice tanto como pue­da y relaje en la mayor profundidad posible.
• Deposite la atención en una y otra mano sucesivamente, sien­ta en profundidad, penetre y afloje.
• Proceda de igual modo con uno y otro brazo y con uno y otro hombro.
• Sitúe el foco de la conciencia en la espalda y penetrando afloje.
• Sienta el cuello, profundice y relaje, relaje.
• Vaya colocando la mente en cada zona de la cara, sintiendo en profundidad, penetrando y aflojando.
Hasta aquí ha intensificado al máximo la relajación corporal, que es una base importante para la interiorización, sobre todo cuando no se dispone de la práctica necesaria. Ahora mire hacia adentro, vuelva la conciencia hacia lo interno y cultive un senti­miento como de caída, descenso o precipitación en usted mismo, alejándose más y más del mundo circundante, del cuerpo y de los pensamientos. Siéntase caer y caer, bajar, proyectarse hacia lo más nuclear en usted mismo, hacia lo más hondo, como si se deslizase por un pasadizo o túnel hacia lo más abismal en usted mismo. Este sentimiento de descenso en uno mismo habrá que cultivarlo en se­siones repetidas, para irlo intensificando e ir logrando esta bajada cada vez más pronunciada en uno mismo y el alejamiento de todas las actividades psicofísicas y del mundo exterior. Paulatinamente uno va aprendiendo a interiorizarse más y más y a quedar absorto en lo más profundo de uno mismo. Si se necesita, puede recurrirse a una imagen de caída, como si uno fuera una hoja que fuera ca­yendo en uno mismo o un guijarro que fuera deslizándose por las aguas de un estanque hacia el fondo o una imagen similar de auto-penetración. Ese sentimiento de caída en uno mismo, con la con­ciencia enfocada hacia lo interno, se va propiciando para lograr una desconexión de todo lo exterior y permanecer en la profundidad de uno mismo, estimulando un sentimiento de bienestar, calma im­perturbable y quietud inamovible.
El practicante puede permanecer unos minutos, media hora o más en ese estado de profunda, plácida y reconfortante interiori­zación, la mente silente, recogido, absorto en su propia naturaleza de ser.
Para abandonar la práctica, uno se formula: «Voy a abandonar la interiorización», se hace el propósito y empieza a efectuar respi­raciones profundas, seguidas de lentos movimientos de las diferen­tes zonas del cuerpo, hasta volver a la mente de superficie e incor­porarse sin prisas.

Cuando uno se ha entrenado lo suficiente en la interiorización, ésta es posible en postura de meditación. Se retrotrae la conciencia, se desconecta uno de las actividades sensoriales y va depositándose en lo más profundo de sí mismo, cultivando un estado de calma profunda y total.


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