La atención es la luz de la
mente. Es la capacidad que nos permite «darnos cuenta», percibir, captar,
conocer y reconocer.) Opera siempre en el aquí-ahora, en el momento. Es
altamente desarrollable y en la mayoría de los seres humanos, en tanto no se
entrena, es débil y vacilante; pero sometida a un cultivo metódico y
progresivo puede tornarse mucho más firme, penetrante y esclarecedora. De ese
modo percibes más plenamente, te das más cuenta.
La atención común, además de
ser frágil y vacilante, es mecánica, o sea, surge por sí misma dependiendo de
si el objeto de atención la estimula más o menos. Además se trata, por lo
general, de una atención contaminada, es decir, que además de la percepción brotan
y se mezclan prejuicios, comparaciones, resistencias, ideaciones y elementos
que perturban la perceptividad. Sin embargo, puede ejercitarse una atención
mucho más purificada, penetrante, libre de contaminación y, sobre todo, lúcida
y consciente, no mecánica. Una atención así, intensa, y ecuánime, dispone de
una extraordinaria capacidad para conocerse a sí mismo, liberar la mente,
escudriñar en los mecanismos psíquicos, mantener la perceptividad plena y
fresca, aumentar la receptividad, concienciar la palabra y los actos, ver los
movimientos de la mente, desarrollar lucidez y clara comprensión en el
instante. Una atención tal conecta más directamente con la realidad momentánea
y nos sitúa en lo existencial y no sólo
en lo ideacional, en la fáctico y no sólo en las acrobacias del pensamiento
descontrolado. Es este tipo de atención el que permite el autoconocimiento, la
plenitud de la captación vital, el proceder lúcido en la urgencia del momento,
la visión cíe los hechos tal cual son. Dispone, pues, de una gran capacidad
integradora y es el rival de la neurosis, la negligencia y el sufrimiento
innecesario que nos infringimos a nosotros mismos o a los demás. Las
actividades se realizan a la luz de la conciencia, dándole así la batalla a la
mecanicidad del subconsciente y logrando un ensanchamiento de la franja de la
conciencia, lo que reporta vitalidad e intensidad a la mente y neutraliza los
mecanismos ciegos, incoherentes y compulsivos.
El desarrollo de la atención
pura y consciente evita la malevolencia del pensamiento, establece una actitud
de desapego y ecuanimidad, da su peso específico a cada momento, evita los
subterfugios de la mente, capacita para descubrir mejor los autoengaños y
enmascaramientos, disuelve la agitación y procura tranquilidad, mejora la
relación con los demás, nos hace menos egocéntricos y nos mantiene en mayor
apertura, contento y satisfacción. La atención pura (atender con atención
clara cada momento, situación, instante) ayuda a quebrar las identificaciones
mecánicas, nos sitúa en la energía del observador atento y ecuánime, nos ayuda
a enfocarnos mejor en cada actividad, nos lleva a una comprensión más profunda
de la existencia y da prioridad a lo esencial, provocando un discernimiento más
directo. Ni que decir tiene que una atención así nos hace más precisos,
escuetos y eficaces, y nos reporta un conocimiento más exacto y fiable hacia
afuera y hacia adentro. La atención es una energía que uno no puede dirigir
hacia donde convenga según la circunstancia. Cuanto más intensa y pura es la
atención, mayor y más válido es el conocimiento que reporta. Esta atención
entrenada, aplicada sobre uno mismo, es una fuente de autoconocimiento,
crecimiento e integración. Hace posible la lucidez de la mente. Esta lucidez
es de extraordinario valor para saber qué hacer, cómo proceder, con qué medios
contar, cómo instrumentalizar cada situación para crecer interiormente, cómo
relacionarse, qué actitud adoptar. Con una atención lo suficientemente
ejercitada, uno mantendrá más firmes sus propósitos (tanto externos como
internos), sabrá encontrar mejor los medios útiles, tendrá más claro qué es
esencial y qué trivial, apuntará con mayor solidez a la niebla del crecimiento
interior. La atención mental desarrollada se convierte en el gran maestro,
guía, faro, custodio y filtro de la mente. Es por esta razón que todos los
maestros de la realización han insistido en la necesidad de purificar, entrenar
e intensificar la mención mental, que es integradora y liberadora, proporciona
visión clara, perceptividad alerta, un juicio menos distorsionado, diligencia
y un lúcido y flexible (no rígido, feo, acartonado y falso) autocontrol. El
adiestramiento de la atención es el método más seguro para liberar la mente de
ofuscación, avidez y aversión; entona psíquicamente y previene contra la
negligencia; enseña a pensar y dejar de pensar; purifica la visión; libera de
la malevolencia; previene contra nocivas reacciones; ayuda a descubrir las
intenciones y autoengaños más ocultos; nos enseña a valorar lo realmente importante
y colabora en el cultivo de la compasión y la benevolencia. Toda actividad,
palabra o pensamiento se efectúa a la luz de la atención, con lo cual la acción
es más precisa, diestra y sagaz, pero a la vez se instrumentaliza para seguir
cultivando la atención mental, que es como una energía que va ganando en
intensidad y claridad. Con la práctica va sobreviniendo una saludable
vigilancia que le permite a la mente no sólo poder disponer mejor de los pensamientos,
sino desarrollar captaciones o «golpes de luz» que se sitúan más allá de la
esfera ideacional.
Una atención desarrollada y
purificada nos ayuda a enfrentarnos con la mente y descubrirla, conocernos
interiormente, superar los hábitos y In rutina, tomar la vida corno un maestro
y cada situación como un instructor, conformar un carácter más fluido y a la
vez consciente, cultivar emociones bellas y pensamientos positivos, sondearnos
interiormente y resolver los conflictos internos, poner condiciones para que
aflore la verdadera libertad interior. El entrenamiento de la atención va
completando nuestra evolución interna, saca lo mejor de nosotros mismos,
estimula la alegría y la quietud. Si es necesaria la atención mental en todo y
todo adquiere mayor brillo cuanto mayor es la atención, esto aún es más cierto
en la búsqueda de la integración interior. En este sentido la atención es todopoderosa.
Nos enseña a ver más allá de las apariencias, a percibir más allá de las
exterioridades.
Los maestros de las vías de
autorrealización de Oriente siempre han insistido en el camino de la atención
mental, porque es el más directo hacia la integración, el bienestar y la
sabiduría. Pueden cambiar sus puntos de vista, sus interpretaciones, incluso
sus técnicas, pero todos coinciden en la capacidad altamente liberadora del
entrenamiento de la atención. Su desarrollo logra que la conciencia crepuscular
en la que habita el ser humano se eleve y amplíe, facilitando la visión cabal
y el proceder justo. No hay peor pecado que la negligencia y la ignorancia, que
han sembrado el mundo de errores y horrores. Al entrenar la atención mental
nos ayudamos a nosotros mismos y a los demás, aprendemos a adaptarnos mejor, a
controlar y fluir, a ser lúcidos en lo pequeño y en lo grande; nos
relacionamos mejor con nuestra unidad psicosomática, enriquecemos el trato con
los otros, superamos la autoimportancia y debilitamos el ego, somos más
espontáneos y directos, asumimos lo inevitable sin generar tensión, resolvemos
contradicciones y resistencias, apreciamos tanto las pequeñas cosas como las
grandes, valoramos en su justo lugar el contacto humano y desarrollamos compasión.
Cuando la atención pura está bien establecida, asociada a la energía de
precisión y sabiduría de la ecuanimidad, no hay lugar para los engañosos
extremos, las actitudes desproporcionadas, la intolerancia o la rigidez.
La mejor manera de ganar
terreno al subconsciente es desarrollando la atención mental pura. La luz de
la atención va iluminando las regiones oscuras del subconsciente. Incluso las
reactividades, intenciones, impulsos y tendencias del subconsciente comienzan a
ponerse al descubierto. Se puede llegar a lo más profundo de uno a través de la
atención mental. Se puede penetrar en el cuerpo, las sensaciones, la mente y
todos los objetos de la mente. Así la atención es la herramienta para
transformarse, experimentarse a un nivel integrador, mutarse en la raíz.
Para
desarrollar la atención mental hay que estar atento. Nadie puede hacerlo por
nosotros. Es necesario recordar que hay que estar atento, y tratar de estar
atento. Del mismo modo que se aprende a caminar caminando, hay que aprender a
estar atento estando atento. Cualquier momento, circunstancia, situación o
actividad puede instrumentalizarse a tal fin. Estar atento, alerta, perceptivo,
vigilante, vivo, libre de inútiles asociaciones mentales o ideaciones, enfocado
en cada acción.
Para ir estableciéndose en la
firme atención pura y ecuánime, los maestros proponen:
— El entrenamiento
meditacional, que es el banco de pruebas donde se ejercita una actitud interior
de alerta y ecuanimidad, de visión profunda y clara.
— La instrumentalización de la
vida cotidiana para cultivar la atención mental, evitando la negligencia y
estando más atento a aquello que se piense, se diga y se haga; aprovechando
cualquier actividad y circunstancia para abrillantar e intensificar la
atención.
— La relación lúcida y
consciente; un comportamiento más atento y noble, que propicie mayor apertura,
menos egocentrismo, mayor indulgencia hacia los otros y compasión.
— Métodos y técnicas diversas
para el desarrollo de la atención pura e ir venciendo la mecanicidad del
subconsciente; es decir, métodos de contramecanicidad, que varían según los
maestros y que pueden ser, entre otros, hatha-yoga, taichi, ikebana, kyudo y
tantos otros en los que hay que aplicar una atención lúcida, escueta y
ecuánime.
Estando atento, te cuidarás a
ti mismo y cuidarás a los otros. Hay una historia en la India que es muy
significativa:
Eran un
hombre y una niña acróbatas que solían hacer el siguiente número: el hombre
cogía un palo largo, lo ponía sobre sus hombros y la niña trepaba por él al
extremo. Un día el hombre le dijo a la niña:
Para que
nada nos ocurra, pequeña, cuando hagamos el ejercicio, tú tienes que estar
atenta a mí y yo a ti.
La niña
replicó:
Estás equivocado. Cuando llagamos el
ejercicio, yo estaré atenta a mí y tú atento a ti, y así te aseguro que nada nos ocurrirá.
La atención es el espacio
claro y seguro para la mente. Como decía Buda, una mente atenta es como una
casa bien techada en la que no entran el granizo, la lluvia, ni la nieve. Pero
no es así en una mente inatenta. La atención es la vía hacia la integración,
en tanto que la negligencia lo es hacia el caos y la confusión. Nada se puede
hacer bien sin «atender». O sea sin atención. Es como un brillante que hay que
pulir y tallar sin desfallecer. Donde las ideaciones se estrellan y el
pensamiento ordinario naufraga, la atención penetra, esclarece, ilumina. La
enseñanza más alta de los maestros se resume en sólo dos palabras: «ESTÁTE
ATENTO».
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