Las primeras técnicas de
autorrealización del mundo surgieron en Oriente y, dentro de Oriente, en la
India. Tienen una antigüedad de cinco o seis mil años. Cuando los buscadores de
lo Inefable se dieron cuenta de que la mente se encuentra en un estado de
semi-desarrollo y la conciencia en una condición crepuscular, comenzaron a
explorar, ensayar y concebir métodos de autodesarrollo. Como la mente se halla
en un estado de dispersión, se ejercitaron en las técnicas de concentración y
unificación de la conciencia; como la mente está empañada, aplicaron métodos de
esclarecimiento mental y desencadenamiento de una visión pura; como el subconsciente
es un obstáculo en el progreso interno, pusieron en práctica técnicas para
drenar el subconsciente, purificarlo y reacondicionarlo positivamente. En el
transcurso de los siglos fueron ensayándose toda clase de métodos para
completar la evolución de la mente, recobrar su naturaleza pura y lograr que el
órgano psico-mental sea fábrica de bienestar y no de dolor. Estos métodos de
autodesarrollo se han perpetuado durante milenios y se han ido transmitiendo,
desde la noche de los tiempos, de maestro a discípulo. Muchos de ellos han
sido incorporados a los sistemas religiosos o metafísicos. Han demostrado su
validez y fiabilidad y todos
ellos han sido experimentados
y verificados directa y personalmente. Este carácter pragmático y experiencial
los hace tan válidos y aplicables hoy en día como hace seis mil años. A este
cuerpo o conjunto de numerosas técnicas de autodesarrollo se le da el nombre
genérico de «meditación», que quizá no sea un término ni mucho menos
afortunado, pues induce a error cuando se le da una connotación de reflexión o
análisis, pero que es de uso general desde hace décadas. Con este término se
incluyen todas las técnicas de concentración, unificación de la conciencia,
absorción, perceptividad, mantras y visualización.
La meditación representa un
ejercitamiento de la mente para superar sus habituales estructuras, una
«gimnasia» mental muy especial para reestructurar la psiquis a un nivel mucho
más alto, un adiestramiento preciso y elaborado para:
— Aprender a manejarse con la
propia mente y los pensamientos.
— Ordenar la mente.
— Resolver los conflictos del subconsciente
y agotar la energía de los impulsos negativos.
— Neutralizar o descodificar
los códigos nocivos.
— Superar los hábitos
coagulados de la mente y lo filtros socioculturales.
— Aprender a suprimir o
atenuar las modificaciones mentales y tranquilizar la mente, proporcionándole
salud real y bienestar.
— Desarrollar la capacidad de
percibir y esclarecer la visión.
— Proporcionar sabiduría
existencial y liberadora.
La meditación es el banco de
pruebas para mejorarse interiormente, la práctica para realizar el crecimiento
interior. Se trabaja sobre la mente y, en la medida en que ésta se purifica,
también se mejora la emoción y la relación. La mente se vuelve el laboratorio
sobre el que se experimenta, explora y se ponen los medios y condiciones para
integrarse. Con la meditación se van creando especiales estados de conciencia
que reportan conocimientos internos
para completar la evolución
mental y psíquica. La meditación libera la mente de negatividades, trabas,
impedimentos y enfoques incorrectos; potencia y esclarece las potencias
mentales; cultiva la atención y perfecciona el discernimiento. Se aprende a
meditar, meditando. Hay que observar estrictamente unos requisitos. Cuanto más
rigurosamente se observen, más provechoso será el adiestramiento psicomental.
La meditación debe trabajar siempre en base a:
— La atención pura.
— La ecuanimidad.
La atención pura consiste en
darse cuenta, en lo posible sin ideaciones, sin juzgar ni analizar, sin
interpretaciones ni conceptos. Cada vez que la mente se aleje del objeto de
meditación, en cuanto el practicante se dé cuenta de ello, debe retrotraer la
mente al soporte meditacional. Hay que estar muy atento para así darse cuenta
de las inatenciones. En tal caso hasta las divagaciones se tornan instrumento
meditacional y toda meditación es buena.
La ecuanimidad, durante la
práctica meditacional, consiste en evitar las reacciones, mantener la firmeza
de mente y la igualdad de ánimo, no desfallecer y permanecer calmo y sereno.
Hay que aplicar la ecuanimidad incluso a la falta de ecuanimidad.
Selecciones una estancia
tranquila y no excesivamente iluminada para llevar a cabo la práctica
meditacional. En lo posible, que no sea uno perturbado durante la práctica.
Sírvase de un cojín del grosor que le sea más confortable, y no dude en
utilizar más de un cojín si es necesario. Siéntese sobre el cojín con las
piernas cruzadas, la columna vertebral erguida y evitando que la cabeza se
desplace hacia adelante, atrás o los lados, en línea recta con la espina
dorsal. Si tiene dificultades con las articulaciones de las piernas, siéntese
sobre una silla o taburete, pero manteniendo la columna vertebral y la cabeza
erguidas. LA MEDITACIÓN COMIENZA CON EL CUERPO. Estabilice la postura; aflójese
tanto como pueda, pero sin perder la posición correcta de columna vertebral y
cabeza. Regule la respiración por la nariz. Seleccione la técnica de
meditación y proceda con ella durante el tiempo prefijado: treinta minutos o
más; mínimo: veinte minutos. Puede hacer una o dos sesiones diarias, según el
tiempo o condiciones de que disponga. Es especialmente importante cultivar:
— La motivación, porque cuanto
mayor sea la motivación de estar mejor, libertad interior y óptima relación con
los demás, será más fácil asumir la práctica meditacional.
— La asiduidad, porque la
mente se habitúa a meditar y la meditación se convierte en algo natural y
espontáneo, facilitándose el proceso y el entrenamiento.
— El esfuerzo, que debe ser
durante la meditación un esfuerzo mantenido, pero no excesivo. Hay que evitar
la indolencia o la dejadez y comprender que la meditación exige cierto esfuerzo
personal que se asume libremente.
— La comprensión o
entendimiento de por qué se medita y de qué modo opera la meditación, porque
así renacerá constantemente la confianza en el entrenamiento meditacional.
El practicante debe escoger el
horario que prefiera para la meditación. Muchas personas prefieren meditar por
la mañana al levantarse, otras al atardecer o por la noche, y otras a
mediodía. Quien lo prefiera puede fijarse un horario; lo realmente importante
es meditar si es posible todos los días, aunque sea veinte minutos o media
hora. Cada practicante irá encontrando qué técnicas son las que mejor se
avienen con su naturaleza y las pondrá más asiduamente en práctica o las
convertirá en sus técnicas meditacionales fijas. De cualquier modo, el autor de
esta obra está dispuesto a contestar a todos aquellos lectores que le escriban
para pedirle instrucción al respecto.
Durante la meditación pueden
presentarse diversos obstáculos, entre otros:
— Estados de ánimo negativos,
como ira, irritabilidad, recuerdos dolorosos, tristeza y otros. Cuando
sobrevengan, se toma conciencia de ellos, pero automáticamente uno focaliza la
mente sobre el objeto meditacional y aplica la ecuanimidad. Se sigue con el
ejercicio, y los estados negativos quedarán de fondo o pasarán. No ceder a
ellos; sirven para probar e incrementar la energía de la ecuanimidad.
— Ansiedad o agitación,
desasosiego. Aplicar la ecuanimidad y seguir con la práctica meditacional. Ya
pasarán. Téngase en cuenta que todo lo que se presenta durante la meditación
es porque está dentro de uno mismo.
— Sopor o sueño. Éste es el
enemigo real de la meditación; el único ciertamente, porque los otros se
instrumentalizan y cambian de signo. Si se presenta el sopor, es necesario
hacer los ejercicios con los ojos abiertos o darse un paseo de unos minutos, o
recurrir a la meditación ambulante o dejar la meditación para más tarde si el
sueño se hace insuperable.
— Sentimiento de soledad.
Aplicar la ecuanimidad y seguir meditando.
— Dolores físicos. Resistirlos
hasta cierto grado, aplicando la ecuanimidad y siguiendo la meditación. Están
en la mente más que en el cuerpo. Si es necesario, se cambia de posición, pero
siempre que sea posible hay que mantener la mayor inmovilidad que se pueda.
Los complementos ideales de la
meditación o estímulos que la favorecen son los siguientes:
— La alimentación pura,
nutritiva y variada.
— La práctica del hatha-yoga.
— El sueño profundo y reparador.
— Las lecturas y compañías
motivantes.
Para muchas personas, sobre
todo principiantes, resulta más fácil meditar en grupo. Pueden reunirse varias
personas a meditar con los mismos intereses espirituales. Quizás así sea mucho
más fácil al
principio tener más energía,
evitar la pereza y la dejadez y asumir un compromiso con los otros que
favorezca el propio.
Durante la meditación pueden
presentarse, a veces, distintos síntomas o fenómenos como:
— Pérdida de la noción del
tiempo.
— Pérdida de la noción del
espacio.
— Sensaciones físicas
curiosas: hormigueo, deformación de miembros, frió o calor intensos y otras.
— Voces, luces y similares.
El practicante no debe en
absoluto perseguir ni rechazar tales fenómenos. Se aplica la ecuanimidad y se
sigue con la práctica meditacional. No se presta atención especial a tales
síntomas. Toda la atención debe dedicarse al soporte meditacional. Por
supuesto, tales fenómenos no deben en absoluto despertar temor en el practicante,
pues pueden presentarse por la abstracción de la mente o la profunda relajación
neuromuscular.
Las técnicas meditacionales
son numerosísimas. A modo de conveniencia y claridad, las hemos agrupado del
siguiente modo:
— Técnicas de unificación de
la conciencia y concentración.
— Técnicas de meditación sobre
la respiración.
— Técnicas de observación y
receptividad.
— Técnicas de silencio
interior y ensimismamiento.
— Técnicas de meditación
analítica.
— Técnicas de meditación con
mantras.
— Técnicas de visualización.
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