martes, 7 de febrero de 2017

LA MEDITACIÓN

Las primeras técnicas de autorrealización del mundo surgieron en Oriente y, dentro de Oriente, en la India. Tienen una antigüedad de cinco o seis mil años. Cuando los buscadores de lo Inefable se dieron cuenta de que la mente se encuentra en un estado de semi-desarrollo y la conciencia en una condición crepuscular, comenza­ron a explorar, ensayar y concebir métodos de autodesarrollo. Como la mente se halla en un estado de dispersión, se ejercitaron en las técnicas de concentración y unificación de la conciencia; como la mente está empañada, aplicaron métodos de esclarecimien­to mental y desencadenamiento de una visión pura; como el sub­consciente es un obstáculo en el progreso interno, pusieron en práctica técnicas para drenar el subconsciente, purificarlo y reacondicionarlo positivamente. En el transcurso de los siglos fueron ensa­yándose toda clase de métodos para completar la evolución de la mente, recobrar su naturaleza pura y lograr que el órgano psico-mental sea fábrica de bienestar y no de dolor. Estos métodos de autodesarrollo se han perpetuado durante milenios y se han ido transmitiendo, desde la noche de los tiempos, de maestro a discí­pulo. Muchos de ellos han sido incorporados a los sistemas religio­sos o metafísicos. Han demostrado su validez y fiabilidad y todos
ellos han sido experimentados y verificados directa y personalmen­te. Este carácter pragmático y experiencial los hace tan válidos y aplicables hoy en día como hace seis mil años. A este cuerpo o con­junto de numerosas técnicas de autodesarrollo se le da el nombre genérico de «meditación», que quizá no sea un término ni mucho menos afortunado, pues induce a error cuando se le da una conno­tación de reflexión o análisis, pero que es de uso general desde hace décadas. Con este término se incluyen todas las técnicas de concen­tración, unificación de la conciencia, absorción, perceptividad, mantras y visualización.
La meditación representa un ejercitamiento de la mente para superar sus habituales estructuras, una «gimnasia» mental muy es­pecial para reestructurar la psiquis a un nivel mucho más alto, un adiestramiento preciso y elaborado para:
— Aprender a manejarse con la propia mente y los pensa­mientos.
— Ordenar la mente.
— Resolver los conflictos del subconsciente y agotar la energía de los impulsos negativos.
— Neutralizar o descodificar los códigos nocivos.
— Superar los hábitos coagulados de la mente y lo filtros socioculturales.
— Aprender a suprimir o atenuar las modificaciones mentales y tranquilizar la mente, proporcionándole salud real y bienestar.
— Desarrollar la capacidad de percibir y esclarecer la visión.
— Proporcionar sabiduría existencial y liberadora.
La meditación es el banco de pruebas para mejorarse interior­mente, la práctica para realizar el crecimiento interior. Se trabaja sobre la mente y, en la medida en que ésta se purifica, también se mejora la emoción y la relación. La mente se vuelve el laborato­rio sobre el que se experimenta, explora y se ponen los medios y condiciones para integrarse. Con la meditación se van creando espe­ciales estados de conciencia que reportan conocimientos internos
para completar la evolución mental y psíquica. La meditación libera la mente de negatividades, trabas, impedimentos y enfoques inco­rrectos; potencia y esclarece las potencias mentales; cultiva la aten­ción y perfecciona el discernimiento. Se aprende a meditar, medi­tando. Hay que observar estrictamente unos requisitos. Cuanto más rigurosamente se observen, más provechoso será el adiestramiento psicomental. La meditación debe trabajar siempre en base a:
— La atención pura.
— La ecuanimidad.
La atención pura consiste en darse cuenta, en lo posible sin ideaciones, sin juzgar ni analizar, sin interpretaciones ni conceptos. Cada vez que la mente se aleje del objeto de meditación, en cuanto el practicante se dé cuenta de ello, debe retrotraer la mente al so­porte meditacional. Hay que estar muy atento para así darse cuenta de las inatenciones. En tal caso hasta las divagaciones se tornan ins­trumento meditacional y toda meditación es buena.
La ecuanimidad, durante la práctica meditacional, consiste en evitar las reacciones, mantener la firmeza de mente y la igualdad de ánimo, no desfallecer y permanecer calmo y sereno. Hay que aplicar la ecuanimidad incluso a la falta de ecuanimidad.
Selecciones una estancia tranquila y no excesivamente ilumina­da para llevar a cabo la práctica meditacional. En lo posible, que no sea uno perturbado durante la práctica. Sírvase de un cojín del grosor que le sea más confortable, y no dude en utilizar más de un cojín si es necesario. Siéntese sobre el cojín con las piernas cruzadas, la columna vertebral erguida y evitando que la cabeza se desplace hacia adelante, atrás o los lados, en línea recta con la espina dorsal. Si tiene dificultades con las articulaciones de las piernas, siéntese sobre una silla o taburete, pero manteniendo la columna vertebral y la cabeza erguidas. LA MEDITACIÓN COMIENZA CON EL CUERPO. Estabilice la postura; aflójese tanto como pueda, pero sin perder la posición correcta de columna vertebral y cabeza. Regule la respira­ción por la nariz. Seleccione la técnica de meditación y proceda con ella durante el tiempo prefijado: treinta minutos o más; mínimo: veinte minutos. Puede hacer una o dos sesiones diarias, según el tiempo o condiciones de que disponga. Es especialmente importan­te cultivar:
— La motivación, porque cuanto mayor sea la motivación de estar mejor, libertad interior y óptima relación con los de­más, será más fácil asumir la práctica meditacional.
— La asiduidad, porque la mente se habitúa a meditar y la me­ditación se convierte en algo natural y espontáneo, facilitán­dose el proceso y el entrenamiento.
— El esfuerzo, que debe ser durante la meditación un esfuerzo mantenido, pero no excesivo. Hay que evitar la indolencia o la dejadez y comprender que la meditación exige cierto es­fuerzo personal que se asume libremente.
— La comprensión o entendimiento de por qué se medita y de qué modo opera la meditación, porque así renacerá constan­temente la confianza en el entrenamiento meditacional.
El practicante debe escoger el horario que prefiera para la medi­tación. Muchas personas prefieren meditar por la mañana al levan­tarse, otras al atardecer o por la noche, y otras a mediodía. Quien lo prefiera puede fijarse un horario; lo realmente importante es me­ditar si es posible todos los días, aunque sea veinte minutos o me­dia hora. Cada practicante irá encontrando qué técnicas son las que mejor se avienen con su naturaleza y las pondrá más asiduamente en práctica o las convertirá en sus técnicas meditacionales fijas. De cualquier modo, el autor de esta obra está dispuesto a contestar a todos aquellos lectores que le escriban para pedirle instrucción al respecto.
Durante la meditación pueden presentarse diversos obstáculos, entre otros:
— Estados de ánimo negativos, como ira, irritabilidad, recuer­dos dolorosos, tristeza y otros. Cuando sobrevengan, se toma conciencia de ellos, pero automáticamente uno focaliza la mente sobre el objeto meditacional y aplica la ecuanimidad. Se sigue con el ejercicio, y los estados negativos quedarán de fondo o pasarán. No ceder a ellos; sirven para probar e in­crementar la energía de la ecuanimidad.
— Ansiedad o agitación, desasosiego. Aplicar la ecuanimidad y seguir con la práctica meditacional. Ya pasarán. Téngase en cuenta que todo lo que se presenta durante la medita­ción es porque está dentro de uno mismo.
— Sopor o sueño. Éste es el enemigo real de la meditación; el único ciertamente, porque los otros se instrumentalizan y cambian de signo. Si se presenta el sopor, es necesario hacer los ejercicios con los ojos abiertos o darse un paseo de unos minutos, o recurrir a la meditación ambulante o dejar la meditación para más tarde si el sueño se hace insuperable.
— Sentimiento de soledad. Aplicar la ecuanimidad y seguir meditando.
— Dolores físicos. Resistirlos hasta cierto grado, aplicando la ecuanimidad y siguiendo la meditación. Están en la mente más que en el cuerpo. Si es necesario, se cambia de posi­ción, pero siempre que sea posible hay que mantener la ma­yor inmovilidad que se pueda.
Los complementos ideales de la meditación o estímulos que la favorecen son los siguientes:
— La alimentación pura, nutritiva y variada.
— La práctica del hatha-yoga.
— El sueño profundo y reparador.
— Las lecturas y compañías motivantes.
Para muchas personas, sobre todo principiantes, resulta más fá­cil meditar en grupo. Pueden reunirse varias personas a meditar con los mismos intereses espirituales. Quizás así sea mucho más fácil al
principio tener más energía, evitar la pereza y la dejadez y asumir un compromiso con los otros que favorezca el propio.
Durante la meditación pueden presentarse, a veces, distintos síntomas o fenómenos como:
— Pérdida de la noción del tiempo.
— Pérdida de la noción del espacio.
— Sensaciones físicas curiosas: hormigueo, deformación de miembros, frió o calor intensos y otras.
— Voces, luces y similares.
El practicante no debe en absoluto perseguir ni rechazar tales fenómenos. Se aplica la ecuanimidad y se sigue con la práctica meditacional. No se presta atención especial a tales síntomas. Toda la atención debe dedicarse al soporte meditacional. Por supuesto, ta­les fenómenos no deben en absoluto despertar temor en el practi­cante, pues pueden presentarse por la abstracción de la mente o la profunda relajación neuromuscular.
Las técnicas meditacionales son numerosísimas. A modo de con­veniencia y claridad, las hemos agrupado del siguiente modo:
— Técnicas de unificación de la conciencia y concentración.
— Técnicas de meditación sobre la respiración.
— Técnicas de observación y receptividad.
— Técnicas de silencio interior y ensimismamiento.
— Técnicas de meditación analítica.
— Técnicas de meditación con mantras.

— Técnicas de visualización.


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