Aunque el propósito firme de
transformación y mejoramiento es importante, no basta; aunque el anhelo de
cambio interior y acrecentamiento de la conciencia es un primer paso, no es
suficiente. Es necesario un ejercitamiento, un método, lo que los maestros indios
llaman un sadhana o entrenamiento interior. Es necesario poner unas
condiciones para la mutación de la mente, generar unas actitudes que hagan
posible el cambio interior, adiestrar un comportamiento mental diferente y que
posibilite una perceptividad distinta. Ese ejercitamiento es la meditación, que
apunta de modo directo al órgano psicomental y que comporta una especialísima
gimnasia para ir desarrollando y subyugando las potencias de la mente,
esclareciendo su contenido, purificando su discernimiento y haciendo posible
una visión liberadora.
La meditación tiene una
antigüedad de seis mil años y es básicamente una técnica de interiorización
para abrir la mente a otras realidades y recuperar la armonía interior. El
alcance de la meditación es extraordinario. No sólo afecta positiva y
saludablemente a la mente, sino también a las energías, al cuerpo y al
comportamiento. Ha sido utilizada por todos los sistemas de autorrealización
como la práctica más fiable y segura, capaz de producir profundas
modificaciones en la psiquis. Está a! alcance de cualquier persona y, desde
luego, es el método de preferencia para recobrar la mente sana. La meditación
ejercitada seria y asiduamente hace posible:
— La modificación de la
actitud mental.
— La supresión de las
modificaciones mentales y el acercamiento al ángulo de quietud.
— La captación de otras
realidades.
— El cultivo armónico y
gradual de la atención.
— La purificación del
contenido mental.
— El alertamiento de la
perceptividad.
— El establecimiento en la
firme ecuanimidad.
— La sincronización del cuerpo
y de la mente y el equilibrio psicosomático.
— El debilitamiento del ego.
— El desencadenamiento de la
visión pura.
— El acoplamiento con la
realidad momentánea.
— El libre flujo de energías.
— La relajación profunda del
cuerpo, su bienestar y armonía.
Investigaremos a continuación
sobre estos diversos logros que hace posible la perseverante práctica
meditacional.
La modificación de la actitud
mental
La meditación nos enfrenta y
confronta con nosotros mismos. Nadie puede meditar por otro. Aunque meditemos
en grupo, es nuestra meditación y estamos con nuestro cuerpo y nuestra mente.
Tenemos que aprender a manejarnos con los pensamientos neuróticos, las
emociones y estados de ánimo que se manifiestan, nuestras distracciones y los
obstáculos diversos que se van presentando a lo largo de la sesión de
meditación. Es un trabajo muy personal. Se aprende a meditar, meditando.
Muktananda decía: «La meditación te enseña a meditar». Es como una carga de dinamita
en profundidad. Impone unas actitudes que van modificando las actitudes
mentales habituales. Se trabaja a la luz de la conciencia, de la ecuanimidad,
de la captación del momento. La habitual actitud de la mente se caracteriza por
la compulsividad, el rebote entre la avidez y la el descontrol de las ideas, el
caos y la superficialidad. Todo ello debe ir modificándose mediante una seria
práctica meditacional, donde deben estar presentes:
— La perseverancia.
— La atención pura.
— La ecuanimidad.
— La perceptividad plena.
— El esfuerzo.
No se cede a las tensiones,
caprichos, divagaciones y acrobacias de la mente. Se va persuadiendo a la mente
para que sea más atenta, más ecuánime, más dócil, mejor aliada, más
perceptiva, más pura, más armónica y equilibrada. La meditación es una vía de
transformación interior. Debe modificarse toda actitud mental mecánica y
perjudicial.
El cambio de actitud mental
durante la práctica meditacional dejará sus frutos para la vida cotidiana. Esa
modificación es como una fragancia que luego permanecerá en la vida diaria,
donde nos será más fácil mantener una mente perceptiva, menos reactiva y más
ecuánime, estable y sana.
La supresión de las
modificaciones mentales y el acercamiento al ángulo de quietud
En la medida en que nos
identificamos mecánicamente con nuestras modificaciones mentales, estamos
sometiéndonos a esclavitud y distanciándonos de la quietud mental y de nuestra
propia naturaleza. Existen numerosas técnicas de meditación para suprimir o al
menos atenuar las modificaciones de la mente y poder recuperar el propio ángulo
de quietud. Así se van perdiendo las condiciones para remansarse, aquietarse,
entrar en lo más profundo y disfrutar de una calma profunda que beneficia la
mente, las energías y el cuerpo.
La captación de otras
realidades
Víctima de toda su masa
impresionante de acumulaciones y condicionamientos, la mente ordinaria se
estrella contra la superficie de los hechos y se pierde en las apariencias. Al
estar insatisfecha, ofuscada y sometida al pensamiento mecánico, lo ideacional
toma el lugar de lo real, la interpretación falsea lo existencial, el discernimiento
opera distorsionadamente y la mente no está capacitada para captar realidades
supramentales. Pero la meditación afirma de tal modo las potencias de la mente
que es posible hallar el ojo de buey a otras realidades supralógicas y
reveladoras. Se producen así «golpes de luz» o supraconscientes vislumbres que
le dan un significado más pleno a la vida y favorecen la plenitud interior.
El cultivo armónico y
gradual de la atención
No hay meditación sin
atención. La meditación exige darse cuenta, atender, estar alerta. Al principio
la atención se fatiga, se pierde, escapa. Mediante el entrenamiento
meditacional la atención se va robusteciendo, intensificando, poniéndose bajo
el control de la voluntad. La meditación:
— Purifica la atención.
— La desarrolla, intensifica y
hace más penetrante.
— La pone bajo control.
El desarrollo de la atención
mental total pura y consciente es de gran beneficio tanto para la vida interior
como para la exterior. Favorece la integración, permite el desenvolvimiento de
un entendimiento más lúcido, desencadena la clara comprensión transformadora.
La purificación del
contenido mental
Mediante la asidua práctica
meditacional y manteniendo la actitud adecuada, se quiebra el circuito cerrado
y repetitivo de reactividades perjudiciales; se agota la energía nociva de los
impulsos; se refrenan los hábitos negativos y se modifican las inclinaciones
poco provechosas. La atención y la ecuanimidad se encargan de ir liberando la
mente de trabas, impedimentos, nudos, obstáculos, puntos de vista erróneos,
enfoques equivocados y venenos de todo tipo. Esta higienización mental, que
alcanza a las profundidades subconscientes, propicia:
— La paz interior.
— La visión correcta.
— El equilibrio psíquico.
— El comportamiento armónico.
— La relación genuina.
— El incremento de la
compasión.
— La prevención de trastornos
psicosomáticos.
— La comprensión clara y la
energía de precisión y cordura de la ecuanimidad.
El alertamiento de la
perceptividad
La percepción es una facultad
poderosísima y vital. Porque estamos en el charloteo de la mente, las memorias,
las expectativas de futuro, las preocupaciones y obsesiones, nuestra capacidad
de percepción está muy mermada. Los sentidos permanecen embotados; la
captación sucede a posteriori muchas veces y no es plena, desnuda, total. Pero
mediante el entrenamiento meditacional se va desarrollando en grado sumo la
perceptividad, resultando más penetrativa, justa, precisa. Le proporciona así
un nuevo color y brillo a la existencia, le concede su propio paso específico
a cada momento, previene contra las resistencias a la realidad momentánea.
El establecimiento en la
firme ecuanimidad
Los dos factores básicos que
deben intervenir en la meditación son: la atención y la ecuanimidad. La
atención es el darse cuenta aquí-ahora, y la ecuanimidad es la firmeza y
equilibrio de la mente, la igualdad de ánimo, la estabilidad psicomental, la
arreactividad que hay que cultivar durante la meditación, evitando aferrarse,
resentirse, mostrar simpatía o antipatía, implicarse o ser parcial. La ecuanimidad
durante la meditación representa la base del mirar atento e inafectado. En la
medida en que uno se establece en la ecuanimidad durante la meditación, luego
es posible ser más ecuánime y equilibrado en la vida diaria, no reaccionando
desproporcionadamente, sabiendo mantener el ánimo firme y estable ante todo
tipo de situaciones, circunstancias y acontecimientos, sin dejarse involucrar
por los extremos.
La sincronización de la
mente y el cuerpo y el equilibrio psicosomático
La meditación comienza por el
cuerpo y sigue por la mente. Se aquieta e inmoviliza el cuerpo, para remansar
las energías y tranquilizar la mente y la psiquis. Se descontraen los
músculos, se detienen los movimientos, se sueltan los nervios, se eliminan las
tensiones y crispaciones. Así la mente va también reencontrando su calma, su
detención, su punto de quietud. Se produce una beneficiosa sincronización de
la mente y el cuerpo, de la cual deviene un notable equilibrio psicosomático.
La meditación así no sólo previene o ayuda a combatir trastornos psíquicos,
sino también enfermedades de origen psicosomático. Numerosísimas pruebas
científicas efectuadas sobre meditadores han evidenciado que en el cuerpo se
producen múltiples modificaciones durante la práctica meditacional, que
incluso inciden en los lactatos de la sangre, el ritmo cardíaco y las
pulsaciones, la frecuencia respiratoria y otras funciones o sustancias. Sólo
por sus beneficios psicosomáticos ya deberíamos adoptar la práctica
meditacional como una actividad diaria más, aun cuando no se tuvieran miras
espirituales.
El debilitamiento del ego
Ego y pensamiento son como
gemelos: se retroalimentan. El pensamiento engorda el ego, y el ego hace al
pensamiento egocéntrico, egoísta y perverso. El ego impide la expansión,
apertura y bienestar de la mente, pero toda práctica meditacional tiende a
reducir las corrientes pensantes y a ir debilitando el ego. Paulatinamente el
meditador se sitúa en un estado de percepción menos egocéntrico y menos
contraído. El ego va perdiendo su gran poderío, va dejando de ser el rígido
tirano que es. El ego se alimenta de la identificación con el cuerpo, las
actividades psicomentales, la imagen, los adoctrinamientos y puntos de vista,
los logros. Como el meditador se sitúa en un plano no autorreferencial durante
la práctica meditacional, el ego va perdiendo sus fuentes de alimentación y
van cediendo sus apuntalamientos. El ego va tornándose más flexible, más
funcional y menos dictador. Al romperse el circuito de la ofuscación, la
avidez y la aversión, la infatuación y los autoengaños, el ego pierde su
terreno seguro y comienza a ayunar y debilitarse.
El desencadenamiento de la
visión pura
La visión pura de los
fenómenos tal cual son es portadora de liberación y sabiduría. Nuestra
ignorancia y ofuscación enturbian la visión, empañan la mente y nos impiden la
captación existencial. Por eso no maduramos y nos debatimos en nuestras
zozobras, preocupaciones e ilusiones nocivas. Preferimos la ensoñación a la
realidad, lo supuesto a lo fáctico, lo ideacional al instante vital. Así
estamos anclados y reengolfados en la dinámica del ego infantil, siempre
evitando responsabilizarnos, llenos de escapismos y subterfugios, hábiles en
pretextos y autoengaños, dispuestos a ofendernos y resentimos por todo,
codiciosos e impositivos, profundamente egoístas. Todos los grandes maestros
insisten en la necesidad de seguir una práctica que al purificar la mente y
desenraizar y superar todos sus venenos, alertando, además, el elemento
vigílico y propiciando ecuanimidad, pueda proporcionar lo que Patanjali llamaba
visión pura y que es la visión cabal y penetrativa (vipassana) del Buda. Esa
visión supraconsciente y que penetra hasta lo más profundo de los fenómenos y
las causas y efectos, reporta la comprensión total y directa, que libera e
ilumina. La meditación pone las condiciones para ir drenando todo el fango de
la mente, todos los residuos negativos, condicionamientos muy enraizados e
impulsos destructivos. La mente acumulativa y condicionada superpone tantas
«películas mentales» a la visión, que la distorsionan por completo. Así no
puede haber visión justa, cabal, penetrativa, ni esclarecedora. Sólo visión
perturbadora que añade confusión a la confusión. Eso es la ofuscación, la
ceguera mental, la miopía espiritual. La mente toma por reales sus propias
creaciones narcisistas y genera una urdimbre sofisticada de autoengaños que a
la larga sólo provocan síntomas displacenteros como la ansiedad y la depresión
e impiden el crecimiento interno. La meditación higieniza, ordena, esclarece.
Sacamos mucha basura, muchos filtros, muchos condicionamientos, para ir
conduciendo la mente a su estado de inocencia, libre de heridas y
adoctrinamientos, de autodefensas y conductas aprendidas, de viejos patrones y
estructuras acartonadas.
El acoplamiento con la
realidad momentánea
Si no puedes estar en este
momento, no podrás estar en ningún otro. Éste es tu instante, tu lugar, tu
realidad. Pero la mente gusta de estar divagando por el espacio y el tiempo,
saltando de lo anterior a lo posterior y burlando la realidad momentánea,
recordando, anhelando, pero resistiéndose al instante, que por ser el instante
de ahora aquí es ya el supremo instante, sea agradable o desagradable. Esa
sutil pero contumaz resistencia de la mente al momento recrea una dinámica de
tensión y movilidad continuas y neurotizantes, además de desgastadoras. Una
mente que pasa por alto el instante, no se somete a un saludable aprendizaje de
maduración, sino que se pierde en sus propios laberintos de suposiciones. En
sus continuos enredos, charloteos mecánicos y ensoñaciones, la mente se deteriora,
se introduce en un surco repetitivo de conciencia, se desertiza. Nada hay en
ella de original, creativo, vital y fresco, aunque ella guste pensar lo
contrario.
Pero no hay meditación en el
antes o en el después, en la divagación ni la ensoñación. Sólo hay meditación
aquí-ahora, en este instante, momento, lugar, de segundo en segundo. Todas las
técnicas de meditación te centran y concentran en el momento, te aconsejan
que evites las divagaciones, van reduciendo las ideaciones mecánicas y
abriendo la mente al instante. Así la mente se ejercita en no resistirse a la
realidad momentánea, aprende a no divagar tanto en el tiempo y el espacio, se
hace receptiva al instante, se reeduca para vivir más y con un nuevo brillo e
intensidad de momento en momento, sin escapar, sin retirarse de los hechos,
abordando con intrepidez cada circunstancia, sabiendo proporcionarle su peso específico
a lo actual.
El libre flujo de energías
Mente, cuerpo y energías
forman parte de la meditación. Se trabaja con la mente, pero la práctica
meditacional alcanza al cuerpo y a todos los campos de energía. El
ejercitamiento meditacional serio y continuado favorece la circulación de
energías, libera energías latentes, elimina energías nocivas y superfinas y
evita bloqueos, nudos y cortocircuitos de energía. Por otro lado, la
meditación cuenta con su propia energía de transformación, purificación y
liberación, que va proporcionando en la medida en que nos vamos adiestrando en
ella. Esta energía restaña las viejas heridas abiertas, desenraiza miedos y
venenos, catapulta la comprensión a niveles más altos y panorámicos.
La relajación profunda del
cuerpo, su bienestar y armonía
Mente y cuerpo se sincronizan
con la meditación. Ambos se asocian para llevar a buen término el arte de la
detención. En la medida en que aprendemos a meditar, se produce una profunda
relajación neuromuscular en el cuerpo, la respiración se regula, el pulso se
equilibra, las sustancias físicas se equilibran y hasta el metabolismo se ve
favorecido. La meditación previene contra numerosas enfermedades
psicosomáticas, descansa el cuerpo en profundidad, le previene de tensiones y
crispaciones y se torna fuente de salud somática.
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